Restricciones, desconcierto y mala comunicación: cuando los espectáculos son el primer fusible

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El anuncio con las nuevas restricciones para intentar frenar el avance de la segunda ola de Covid-19 en el país, dispuestas desde el pasado viernes y por el lapso de tres semanas, puso en jaque nuevamente a la industria del espectáculo. 

Desde comienzos de la semana, artistas, productores y hasta el mismo público quedaron nuevamente enredados en un ida y vuelta de versiones y medidas mal comunicadas con respecto a la continuidad o no de los shows y presentaciones, de las cuales dependen miles de personas en Córdoba y el país.

La incertidumbre y el desconcierto que aún reinan en el sector tuvo su pico máximo entre el miércoles y jueves, después de que Alberto Fernández comunicara las medidas a nivel nacional y la Provincia deslizara que tomaría otras decisiones un poco menos restrictivas. El anuncio no se acompañó de la comunicación de ninguna ayuda real para un sector que estuvo durante nueve meses frenado o generando muy pocos recursos.   

El problema mayor fue que esa comunicación oficial del gobierno provincial llegó recién en la noche del jueves y lejos de esclarecer la situación, trajo más dudas que certezas: sólo detallaba el horario de cierre de los locales y nada aclaraba sobre la prohibición de los espectáculos masivos a la que hacía referencia el DNU.

¿A partir de qué cantidad de público se considera que un espectáculo sea masivo? ¿Hay algún tope de capacidad en los espacios? ¿Puede ser que esa concurrencia sea igual si se trata de un show en un lugar cerrado que al aire libre? Todas esas eran preguntas que comenzaron a circular por esas horas y, de hecho, hoy tampoco tienen una respuesta concreta.  

El agravante es que esas desprolijidades para comunicar las medidas en Córdoba con respecto a este tema tienen antecedentes. El primero ocurrió en los días previos a que se decretara el aislamiento social, en marzo de 2020. En ese caso, podría justificarse porque el desconcierto era realmente absoluto. El segundo fue cuando se anunció en diciembre pasado que se suspendían todos los espectáculos hasta marzo, sin precisar absolutamente nada. A partir de la presión del sector, la Provincia adujo «un error en la comunicación” y aclaró cómo se aplicaba la medida.   

Está claro que la escalada de casos con cifras nunca antes registradas se convirtió en una alerta preocupante en los últimos días y también que existía un fuerte consenso de que «algo había que hacer al respecto». Pero también es cierto que las contradicciones entre los discursos de algunos funcionarios y la realidad que plantean las medidas volvieron a quedar expuestas.

«Las actividades en las que se cumplen los protocolos no son un foco de contagio», repitieron hasta el hartazgo tanto el presidente como la ministra de Salud, Carla Vizzotti. ¿Por qué entonces disponer restricciones a las actividades culturales y recreativas en las que se están haciendo las cosas bien? 

En Córdoba, las mencionadas contradicciones quedaron más a la luz después de que se conociera que algunos espacios de similares características sí quedaban habilitados para seguir funcionando y otros no. ¿Cuál es el criterio?  

«El teatro y la música son seguros de noche y de día. Cumplen con los protocolos, garantizan cuidados y generan trabajo», se puede leer en algunas placas viralizadas por las diferentes asociaciones a través de las redes sociales, junto a anuncios de cancelación de fechas. «La música en vivo con protocolo no contagia», fue otras de las consignas. «Los últimos en volver y otra vez, los primeros en parar», era una de las frases más repetidas. 

La cultura y los espectáculos, una vez más, quedaron demonizados y parecen ser el primer fusible ante la necesidad de tener que aplicar medidas para frenar los contagios, agravada por la presión de la opinión pública. «Hay que cortar la noche», se escucha con fuerza en las calles y se lee en las redes, algo que terminan por repetir muchos funcionarios sin tomar dimensión de las diferencias entre un concierto o una función con protocolos y una fiesta sin ningún tipo de cuidados. O sin reparar que otras actividades comerciales generan mucho más amontonamiento y circulación de gente como shoppings o hipermercados.

Varios referentes del sector creen que estas medidas fomentarán aún más la realización de fiestas y juntadas clandestinas, ya que una gran mayoría de los jóvenes (y para ser justos, también adultos) no toman una real dimensión de lo que está sucediendo a nivel sanitario.

A veces, para esos jóvenes lo prohibido es atractivo y en este momento no cabe la posibilidad de dejar de lado el esparcimiento como ya lo hicieron el año pasado.

¿No sería hora de hablarle de otra manera a ese sector de la población al que parecen no llegarle los mensajes de las autoridades? Ese cambio de paradigma es tal vez uno de los grandes desafíos para poder atravesar la pandemia de una manera menos caótica que hasta aquí.

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